Esta semana van a tener lugar en nuestra facultad una serie de conferencias dedicadas a un
proceso judicial inédito en la historia, un hecho que marcaría la historia de la jurisprudencia y
las memorias de todos los testigos directos e indirectos de aquel acontecimiento. Me estoy
refiriendo a los juicios contra el nazismo que, paradójicamente, se celebraron en la meca del
nacionalsocialismo, Nuremberg. Una ciudad que en 1934 agasajaba a Hitler y que a la altura de
1945 distaba mucho de aparentar si quiera lo que fue en esos “años gloriosos”. Sin embargo,
sus correligionarios no sabían cuán lento y martirizador era el terremoto que se les venía
encima. Ruina y cenizas.
Para aquellos que no conozcan este acontecimiento y tenga curiosidad les recomiendo, no sólo
bibliografía, sino una película cuyo título ya lo dice todo: Nuremberg. Estrenada en el año 2000
y con un buen elenco de actores (Alec Baldwin entre otros), trata fielmente el desarrollo del
proceso y sus consecuencias finales. Muy entretenida y didáctica.
En el transcurso de la película tiene lugar una conversación entre el fiscal Jackson y uno de los
vigilantes de los presos nazis que también cumplía el papel de psicólogo y que, casualidades
del destino, era judío. En esa conversación este hombre creía haber encontrado el origen de
todo el mal que los jerarcas nazis causaron el tiempo que estuvieron en el poder: la total
ausencia de empatía por el ser humano. Pero aún había más.
La generación que impulsó a Hitler al poder fue aquella que vivió los horrores de la guerra,
jugó a la guerra, asumió con una mezcla de rabia y resignación el diktat de Versalles, soportó
como pudo las dificultades económicas derivadas del tratado de Versalles (inflación,
endeudamiento etc.) a las que tuvo que hacer frente la República de Weimar etc.
Este fue el caldo de cultivo que generó lo que desgraciadamente vino después. Una generación
que se lanzó a la aventura, “poco tenemos que perder ya” pensaría alguno de los banqueros,
industriales, miembro de las clases medias, jóvenes desencantados con el frágil y tambaleante
sistema político de Weimar que se lanzaron en masa a votar al que antes de 1914 se mostraba
melancólico, en la más absoluta miseria y que ahora estaba a punto de arrastrar a toda Europa
a una nueva carnicería.
Toda esa Alemania que por unos años olvidó su naturaleza romántica, aquella que desprendía
la novena de Beethoven, la fina pluma de Goethe, Schiller, Heine y se nutrió del espíritu militar
y orden prusianos, sustituyó a Beethoven por Wagner y sus Nibelungos y todo lo más bello y
auténtico del arte y la literatura acabó degenerando.
¿Cómo una nación que atesoraba toda esa cultura, ese sentimiento se acabó vendiendo por
unas pocas monedas? En la modesta opinión de un historiador en proceso de formación, la
dicotomía o la lucha entre estas dos Alemanias fue uno de los factores que sentó las bases del
ascenso del nazismo en 1933 y el posterior enfrentamiento mundial. Espero que este artículo
me ayude y os ayude a encontrar la respuesta o a generar la inquietud y curiosidad necesarias
para ir en su búsqueda.
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