miércoles, 9 de diciembre de 2015

La Comisión Roberts

Por Alejandro Sanchez Capuchino

Bien es sabido que en épocas de guerra, cualquier guerra, se cometen auténticas atrocidades

afectando no solo a la raza humana, sino también a la cultura. ¿Cuánto se puede robar en una

guerra? Todo cuanto puedan e incluso haciendo un esfuerzo para conseguir más. Aunque no

solo es robar, sino que también es arrasar. ¿Cuántos monumentos han sido víctimas de los

enfrentamientos bélicos o actos terroristas? ¿Cuántos siguen en pie? ¿Cuántas obras de arte

han desaparecido?... Pero lo más importante: ¿Por qué roban o destrozan un monumento, un

cuadro o un objeto, si no es suyo, es de todos? ¿Por qué?

Frente a esta situación se puso en marcha un programa que se sustentaba en los principios:

encontrar, salvar y restaurar. Este programa surgió hace no muchos años durante una de las

peores, si no es la peor, guerras que ha sufrido la humanidad, la Segunda Guerra Mundial. Este

programa recibió el nombre de MFAA (The Monuments, Fine Arts and Archives/Monumentos,

Bellas Artes y Archivos) y recibió el apoyo del ejército aliado, aunque los pocos miembros que

estaban dentro de este programa no fuesen soldados. Sus integrantes eran personas venidas

de las artes, amantes de la historia y la historia del arte, que no podían permitir que se

siguieran sustrayendo obras de los museos por manos nazis, pasando a formar parte de

pequeñas colecciones o adquiriéndolas un particular, en resumen privatizándose. A estos

hombres y mujeres que participaron en esta campaña de salvamento de obras durante esta

contienda, arriesgando su vida por tratar de recuperar todo el arte que se había perdido y

devolverlo a sus legítimos dueños, habría que darles las gracias. Sin ellos, muchas obras que

conocemos y podemos ir a visitar a los museos, habrían desaparecido.

A pesar de que su principal objetivo era el de hallar estas obras robadas, también estaba la de

salvar y restaurar, en la medida de lo posible, lo ya encontrado. En este aspecto, cabe destacar

la acción de miembros ilustres del programa como es el caso de George L. Stout (conservador

de arte), que junto con otros, indicó a la aviación aliada qué zonas no debían ser

bombardeadas por la presencia de monumentos patrimonios de la humanidad. Tras hallar y

salvar las obras, había que restaurarlas y muchas de estas no podían recibir una restauración

definitiva debido a las condiciones de la guerra, por lo que se realizaba una primera

restauración antes de pasar a la definitiva.

Hay que tener en cuenta que todos los historiadores de arte, conservadores y restauradores

de obras en museos, etc., fueron a la Europa en guerra sin un método general con el que

actuar, de modo que cada especialista se servía de su propia experiencia cuando se enfrentaba

a la conservación de una obra recientemente hallada. No fue hasta después de la guerra

cuando se creó un sistema por el cual se procedía al análisis de la obra y a la constatación de

su estado de conservación y su lugar de origen.

Por lo tanto, esta Comisión Roberts aprobada por el presidente F.D. Roosevelt el 23 de junio de

1943, que tiene como objetivo la protección de los bienes culturales de las zonas en guerra, es

una prueba de la importancia del patrimonio en la sociedad. La manifestación artística

producida por la humanidad, debe ser contemplada por la humanidad, y por lo tanto, no es un

bien que puedas sustraer para comercializar con él, privatizarlo o, simplemente, destruirlo.

Este programa demuestra que hasta en épocas de guerra, hay un colectivo de la población (no

de una sola nación, sino de varias naciones) que toma conciencia en este aspecto y de forma

voluntaria, como los miembros del MFAA, deciden contribuir, haciendo lo que mejor saben

hacer, y arriesgan sus vidas por recuperar lo que tratan de arrebatar a la humanidad. Y todo

porque el patrimonio cultural es inamovible, inalienable e imprescriptible.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Las dos Alemanias.

José Manuel Lucerón Lucerón, 3º grado de Historia.

Esta semana van a tener lugar en nuestra facultad una serie de conferencias dedicadas a un

proceso judicial inédito en la historia, un hecho que marcaría la historia de la jurisprudencia y

las memorias de todos los testigos directos e indirectos de aquel acontecimiento. Me estoy

refiriendo a los juicios contra el nazismo que, paradójicamente, se celebraron en la meca del

nacionalsocialismo, Nuremberg. Una ciudad que en 1934 agasajaba a Hitler y que a la altura de

1945 distaba mucho de aparentar si quiera lo que fue en esos “años gloriosos”. Sin embargo,

sus correligionarios no sabían cuán lento y martirizador era el terremoto que se les venía

encima. Ruina y cenizas.

Para aquellos que no conozcan este acontecimiento y tenga curiosidad les recomiendo, no sólo

bibliografía, sino una película cuyo título ya lo dice todo: Nuremberg. Estrenada en el año 2000

y con un buen elenco de actores (Alec Baldwin entre otros), trata fielmente el desarrollo del

proceso y sus consecuencias finales. Muy entretenida y didáctica.

En el transcurso de la película tiene lugar una conversación entre el fiscal Jackson y uno de los

vigilantes de los presos nazis que también cumplía el papel de psicólogo y que, casualidades

del destino, era judío. En esa conversación este hombre creía haber encontrado el origen de

todo el mal que los jerarcas nazis causaron el tiempo que estuvieron en el poder: la total

ausencia de empatía por el ser humano. Pero aún había más.

La generación que impulsó a Hitler al poder fue aquella que vivió los horrores de la guerra,

jugó a la guerra, asumió con una mezcla de rabia y resignación el diktat de Versalles, soportó

como pudo las dificultades económicas derivadas del tratado de Versalles (inflación,

endeudamiento etc.) a las que tuvo que hacer frente la República de Weimar etc.

Este fue el caldo de cultivo que generó lo que desgraciadamente vino después. Una generación

que se lanzó a la aventura, “poco tenemos que perder ya” pensaría alguno de los banqueros,

industriales, miembro de las clases medias, jóvenes desencantados con el frágil y tambaleante

sistema político de Weimar que se lanzaron en masa a votar al que antes de 1914 se mostraba

melancólico, en la más absoluta miseria y que ahora estaba a punto de arrastrar a toda Europa

a una nueva carnicería.

Toda esa Alemania que por unos años olvidó su naturaleza romántica, aquella que desprendía

la novena de Beethoven, la fina pluma de Goethe, Schiller, Heine y se nutrió del espíritu militar

y orden prusianos, sustituyó a Beethoven por Wagner y sus Nibelungos y todo lo más bello y

auténtico del arte y la literatura acabó degenerando.

¿Cómo una nación que atesoraba toda esa cultura, ese sentimiento  se acabó vendiendo por

unas pocas monedas? En la modesta opinión de un historiador en proceso de formación, la

dicotomía o la lucha entre estas dos Alemanias fue uno de los factores que sentó las bases del

ascenso del nazismo en 1933 y el posterior enfrentamiento mundial.  Espero que este artículo

me ayude y os ayude a encontrar la respuesta o a generar la inquietud y curiosidad necesarias

para ir en su búsqueda.


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