miércoles, 16 de marzo de 2016

DE CÓMO DON QUIJOTE SINTIÓ AMORES POR UNA FREGONA A CAUSA DEL VINO

Después de un periodo de inactividad Apoikia vuelve . A continuación os dejamos el relato de Cristian Lázaro, que participo en la pasada edición de 2.º accésit de la V edición de los concursos culturales universitarios (UCLM).

DE CÓMO DON QUIJOTE SINTIÓ AMORES POR UNA FREGONA
A CAUSA DEL VINO

Solazábanse don Quijote y Sancho en una taberna. Entre el bullicio de gentes y el olor a vino peleón que iba y venía, don Quijote había asumido su aroma embriagador hasta las entrañas y Sancho, con los carrillos ahogados de a dos en un pan muy tierno, no es que estuviera poco acalorado.
Fuese yendo la concurrencia, y don Quijote vio entonces las más bellas manos de cuantas jamás recordara de las ventas y tabernas por él pisadas. Pertenecían las tales manos a una fregona de no más de veintitrés ni menos de veintiún años, muy rubia y lozana, de piel nívea, ojos marinos, boca comedida y nariz un tanto ganchuda que no desmerecía el conjunto.
–Sancho amigo–consultó don Quijote a su fiel escudero–: ¿crees que debería presentarme ante esa preciosa joven que friega los despojos de esta infame turba? Sé que me debo a la simpar Dulcinea, mas la noto tan lejana y tan próximo este inaudito rubí…
–Pues para el caso que os hace –respondió Sancho– mi buena pero desdeñosa señora Dulcinea, esquiva como el Guadiana, más valdría que siguierais los impulsos de vuestro corazón. Quien mucho abarca, poco aprieta. Y ocasión perdida, ocasión que no vuelve. Sed permisivo con vos mismo y acercaos a ella.
–Ha generado en mí un aturdimiento precoz… Digo… ¡procaz! La percibo en extremo hermosa–aseguró don Quijote–, como si sus manos hubiesen tocado el cielo.  
Allá habían movido los ánimos de nuestro caballero de la triste figura, que quiso hacer honor a su nombre y, renqueando algo ebrio, caminó hasta la muchacha. Llegado a ella, dudó don Quijote sobre cómo hablarle. Miró hacia la mesa, desde donde Sancho le alentaba con gestos sin dejar de mascar pan. Finalmente, mientras la muchacha limpiaba con esmero los suelos de la taberna, el hidalgo dijo:
–¿Sabéis, mi señora, que soñaré con vos esta noche?
La muchacha, cohibida, interrumpió sus labores y se quedó mirando al hombre de rostro enjuto que, algo achispado, le estaba hablando.
–No os ha gustado que os lo diga–continuó don Quijote–, mas es verdad. Y me atrevo a deciros también que en sueños me mostrará vuestro donaire dónde comienza y termina cada sendero, camino real o sistema montañoso que deba yo atravesar.
–¿Recaudador sois, mi señor?–preguntó la muchacha.
–De ningún modo –respondió don Quijote–: soñador soy, y cada vez me doy más cuenta de ello. Pues soñar es imaginar. Y, por imaginar, os imaginé a vos conmigo en una playa bajo la luna. Dándoos cuenta de quién era yo, abristeis los ojos. Resplandeció en ellos un brillo muy sabroso que moteaba las mejillas de vuesa merced, al punto que posabais esas manos en el pecho de este vigoroso caballero que habrá de protegeros. Sí, este que tenéis delante, no busquéis más alrededor.
–Y ¿por qué habríais de protegerme?
–Porque esa es mi labor, muchacha. Yo soy don Quijote de la Mancha, desfacedor de entuertos y defensor de las damas. En vos intuyo un donaire para nadie desapercibido. Pues hay muchas formas de tener el tal donaire (¡cuántas doncellas de más elevada posición querrían emular el que vos desprendéis!), pero la vuestra es especial, pura, sincera. Lo veo tan claro como esos caudalosos lagos que ahora me regaláis. Como veo que pasa el tiempo y que a las horas dais alas.
–¿Tanto tiempo lleváis metido en esta taberna?–preguntó la muchacha, a sabiendas del aturdimiento que había generado en don Quijote.
–Pues sí, en efeto. Mas no me he sentido ni vivo ni confiado hasta veros. Por vos me siento fuego y antorcha, aliento y espada, espíritu combativo y ariete.
–Yo no soy una puerta, gentil caballero.
–Sí lo sois–respondió don Quijote–, y ya os habéis abierto, con donaire, como dije. Mi ariete, por tanto, no ha de ser brusco en el luminoso umbral que quiere indagar: el vuestro.
–Y ¿a qué indagar el tierno cobijo que de mí no obtendréis?
–No seáis cruel ni uséis ese tono avieso conmigo, moza. No: exploraros es un misterio hasta para mis sueños. No os lo he contado todo. En el primer sueño, de súbito, desaparecíais. Y eso me resultó más devastador aún que vuestros inalcanzables andares a lo largo de un salvaje bosque. Y sí, me trastornó mucho vuestra ausencia. Me explicó un gnomo que estabais en una aldea sin alma, donde el camino real más próximo era rasurado por un fiero viento. Y yo no os oía, y os llamaba, y veía que esa aldea, lejos de mis peores temores, estaba llena de establos. Establos cerrados cuyos rucios rebuznaban mis amores. También mi nula esperanza de encontraros. Y al recorrer todos esos austeros vados, no me desalentaba por la afanosa meta de hallaros. Que en vuestra alma me volcaría por daros placer carnal. Que quiero veros tendida en las cuerdas de mi afán, dado que sois la constelación que me hará abrazar las estrellas. Sois bella y lo sois todo, Venus de un impío mar. Arrebatáis mis sentidos con las olas que se van. Decid si el faro que me guía a vuestros senos, los bajíos iluminará. Decid si el mirlo que os invoca dejará ya de soñar.
–Digo que el vino os ha inspirado en demasía… ¿Acaso sois un pájaro?
–Cuanto más libre me sienta, cuanto más despliegue mis alas, más esclavo querrán hacerme los demás.
–¿Qué queréis decir con eso?–preguntó la moza.            
–Que yo no me dejaré enjaular–respondió don Quijote–. Seré el ruiseñor que rompa vuestra aurora y os reclame hasta la afonía.Un pájaro, una oda, un bajel que recto va. Siempre soy algo que flota, dispuesto en vos a encallar. Si aceptando mis errores, aprendiendo del pasado, consolando a desvalidos o llorando en soledad, no obtengo vuestro favor, profanadme una vez más. Podéis ser hada furtiva, podéis ser mil veces más que esa sombra que me mira, confusa de oscuridad. Lo que digo ahora es: ¡Escuchadme antes de amar! Lejos ya del sueño, habladme… para mi voz subsanar.
     –Sepa vuesa merced que ya hay zagal que me pretende, y de mucho seso y fundamento. Hombre recto, con los pies en la tierra. Cultivado en las ciencias.
     –Dejará de ser este un mundo de poetas y se convertirá en un mundo de ingenieros. No matemos tan pronto el alba. Preservemos estas últimas bocanadas de oda que nos ofrecen los siglos. Maravíllenos el instante. ¡Maravillemos los instantes! Que os quiero amar y ser amado, mientras la vida nos resguarde.
–No sé, señor don Quijote. Sois un tanto barbado para mi gusto.
  –Al igual que el cielo al alba quedará de despejado mi rostro, si así lo prefiere vuestro donaire. Y mañana mismo dejaré de ser barbado. Así podréis vos venir conmigo y abandonar este duro oficio de fregona que os postra a limpiar estos bajos suelos indignos de vos.
–Como vos no sois solo una lanza–replicó la muchacha–, no habré yo de ser solo una fregona.
Iba nuestro caballero a enmendar sus palabras cuando un lozano labriego entró en la taberna y susurró a la fregona frases secretas que provocaron su risa. Don Quijote comprendió. Él y Sancho recogieron sus aparejos y salieron de la taberna, sin pagar, a la usanza de los caballeros andantes y sus escuderos. Ensillaron sus monturas, y don Quijote pensó al cabalgar que, pese a lo bueno de la compañía de su escudero y su Rocinante, nada parecía variar en el transcurso de su andadura. Cabizbajo, meditaba.Sancho, que leyó sus pensamientos, le dijo:
–Alce vuesa merced esa mirada alicaída. Vuestra mirada es la lámpara de vuestro cuerpo. Cuando vuestros ojos están sanos, todo vuestro cuerpo se llena de luz. Mas si tenéis la mirada abatida, vuestro cuerpo puede henchirse de oscuridad. Mirad, pues, que la luz que hay en vos no sea en penumbra. Pero si todo vuestro cuerpo está pleno de luz y no tiene ni pizca de oscuridad, entonces estará tan enteramente luminoso como cuando otra lámpara irradie su fulgor sobre vos. Vos podéis recibir la luz y reflejarla, más allá de un aquí y un ahora. Lo sé.
     Don Quijote asintió, orgulloso de haber instruido en algo a su fiel escudero.
     –Que si bien loa al ser humano buscar la belleza –prosiguió Sancho–, este ha de saber que está ya muy repartida y disputada por el solo hecho de ser belleza.
–Razón no te falta–admitió don Quijote–. Como buen caballero, respetaré que la fregona tenga ya amor (no sin algún resquemor) y me olvidaré de ella y del pendenciero vino que hemos tomado, capaz de hacer dudar al más fiel servidor de mi señora Dulcinea, a la que juro dedicary consagrar desde este punto en adelante, con más ahínco aún, cada instante de mi vida, sin más deslices.
Siguiendo el camino real, algo despejados ya del jarabe de Baco,otra taberna en otro pueblo les salió al paso. Jumento y rocín, intuitivos, menguaron su viveza. Don Quijote divisó, a través de una ventana, otras dulces manos empuñando un cubo y una bayeta. Sancho, que parecía un saco sin fondo, miró a su señor con ojos de querer entrar, y este le dijo:
–No se tienta a Satán dos veces, amigo Sancho.
Y pasaron de largo hacia unas montañas.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

La Comisión Roberts

Por Alejandro Sanchez Capuchino

Bien es sabido que en épocas de guerra, cualquier guerra, se cometen auténticas atrocidades

afectando no solo a la raza humana, sino también a la cultura. ¿Cuánto se puede robar en una

guerra? Todo cuanto puedan e incluso haciendo un esfuerzo para conseguir más. Aunque no

solo es robar, sino que también es arrasar. ¿Cuántos monumentos han sido víctimas de los

enfrentamientos bélicos o actos terroristas? ¿Cuántos siguen en pie? ¿Cuántas obras de arte

han desaparecido?... Pero lo más importante: ¿Por qué roban o destrozan un monumento, un

cuadro o un objeto, si no es suyo, es de todos? ¿Por qué?

Frente a esta situación se puso en marcha un programa que se sustentaba en los principios:

encontrar, salvar y restaurar. Este programa surgió hace no muchos años durante una de las

peores, si no es la peor, guerras que ha sufrido la humanidad, la Segunda Guerra Mundial. Este

programa recibió el nombre de MFAA (The Monuments, Fine Arts and Archives/Monumentos,

Bellas Artes y Archivos) y recibió el apoyo del ejército aliado, aunque los pocos miembros que

estaban dentro de este programa no fuesen soldados. Sus integrantes eran personas venidas

de las artes, amantes de la historia y la historia del arte, que no podían permitir que se

siguieran sustrayendo obras de los museos por manos nazis, pasando a formar parte de

pequeñas colecciones o adquiriéndolas un particular, en resumen privatizándose. A estos

hombres y mujeres que participaron en esta campaña de salvamento de obras durante esta

contienda, arriesgando su vida por tratar de recuperar todo el arte que se había perdido y

devolverlo a sus legítimos dueños, habría que darles las gracias. Sin ellos, muchas obras que

conocemos y podemos ir a visitar a los museos, habrían desaparecido.

A pesar de que su principal objetivo era el de hallar estas obras robadas, también estaba la de

salvar y restaurar, en la medida de lo posible, lo ya encontrado. En este aspecto, cabe destacar

la acción de miembros ilustres del programa como es el caso de George L. Stout (conservador

de arte), que junto con otros, indicó a la aviación aliada qué zonas no debían ser

bombardeadas por la presencia de monumentos patrimonios de la humanidad. Tras hallar y

salvar las obras, había que restaurarlas y muchas de estas no podían recibir una restauración

definitiva debido a las condiciones de la guerra, por lo que se realizaba una primera

restauración antes de pasar a la definitiva.

Hay que tener en cuenta que todos los historiadores de arte, conservadores y restauradores

de obras en museos, etc., fueron a la Europa en guerra sin un método general con el que

actuar, de modo que cada especialista se servía de su propia experiencia cuando se enfrentaba

a la conservación de una obra recientemente hallada. No fue hasta después de la guerra

cuando se creó un sistema por el cual se procedía al análisis de la obra y a la constatación de

su estado de conservación y su lugar de origen.

Por lo tanto, esta Comisión Roberts aprobada por el presidente F.D. Roosevelt el 23 de junio de

1943, que tiene como objetivo la protección de los bienes culturales de las zonas en guerra, es

una prueba de la importancia del patrimonio en la sociedad. La manifestación artística

producida por la humanidad, debe ser contemplada por la humanidad, y por lo tanto, no es un

bien que puedas sustraer para comercializar con él, privatizarlo o, simplemente, destruirlo.

Este programa demuestra que hasta en épocas de guerra, hay un colectivo de la población (no

de una sola nación, sino de varias naciones) que toma conciencia en este aspecto y de forma

voluntaria, como los miembros del MFAA, deciden contribuir, haciendo lo que mejor saben

hacer, y arriesgan sus vidas por recuperar lo que tratan de arrebatar a la humanidad. Y todo

porque el patrimonio cultural es inamovible, inalienable e imprescriptible.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Las dos Alemanias.

José Manuel Lucerón Lucerón, 3º grado de Historia.

Esta semana van a tener lugar en nuestra facultad una serie de conferencias dedicadas a un

proceso judicial inédito en la historia, un hecho que marcaría la historia de la jurisprudencia y

las memorias de todos los testigos directos e indirectos de aquel acontecimiento. Me estoy

refiriendo a los juicios contra el nazismo que, paradójicamente, se celebraron en la meca del

nacionalsocialismo, Nuremberg. Una ciudad que en 1934 agasajaba a Hitler y que a la altura de

1945 distaba mucho de aparentar si quiera lo que fue en esos “años gloriosos”. Sin embargo,

sus correligionarios no sabían cuán lento y martirizador era el terremoto que se les venía

encima. Ruina y cenizas.

Para aquellos que no conozcan este acontecimiento y tenga curiosidad les recomiendo, no sólo

bibliografía, sino una película cuyo título ya lo dice todo: Nuremberg. Estrenada en el año 2000

y con un buen elenco de actores (Alec Baldwin entre otros), trata fielmente el desarrollo del

proceso y sus consecuencias finales. Muy entretenida y didáctica.

En el transcurso de la película tiene lugar una conversación entre el fiscal Jackson y uno de los

vigilantes de los presos nazis que también cumplía el papel de psicólogo y que, casualidades

del destino, era judío. En esa conversación este hombre creía haber encontrado el origen de

todo el mal que los jerarcas nazis causaron el tiempo que estuvieron en el poder: la total

ausencia de empatía por el ser humano. Pero aún había más.

La generación que impulsó a Hitler al poder fue aquella que vivió los horrores de la guerra,

jugó a la guerra, asumió con una mezcla de rabia y resignación el diktat de Versalles, soportó

como pudo las dificultades económicas derivadas del tratado de Versalles (inflación,

endeudamiento etc.) a las que tuvo que hacer frente la República de Weimar etc.

Este fue el caldo de cultivo que generó lo que desgraciadamente vino después. Una generación

que se lanzó a la aventura, “poco tenemos que perder ya” pensaría alguno de los banqueros,

industriales, miembro de las clases medias, jóvenes desencantados con el frágil y tambaleante

sistema político de Weimar que se lanzaron en masa a votar al que antes de 1914 se mostraba

melancólico, en la más absoluta miseria y que ahora estaba a punto de arrastrar a toda Europa

a una nueva carnicería.

Toda esa Alemania que por unos años olvidó su naturaleza romántica, aquella que desprendía

la novena de Beethoven, la fina pluma de Goethe, Schiller, Heine y se nutrió del espíritu militar

y orden prusianos, sustituyó a Beethoven por Wagner y sus Nibelungos y todo lo más bello y

auténtico del arte y la literatura acabó degenerando.

¿Cómo una nación que atesoraba toda esa cultura, ese sentimiento  se acabó vendiendo por

unas pocas monedas? En la modesta opinión de un historiador en proceso de formación, la

dicotomía o la lucha entre estas dos Alemanias fue uno de los factores que sentó las bases del

ascenso del nazismo en 1933 y el posterior enfrentamiento mundial.  Espero que este artículo

me ayude y os ayude a encontrar la respuesta o a generar la inquietud y curiosidad necesarias

para ir en su búsqueda.


jueves, 26 de noviembre de 2015

EL CAPITALISMO EN LAS RELACIONES Y SU INFLUENCIA EN LA VIOLENCIA DE GÉNERO

Por Sara Nieto Aranda


El capitalismo es consumo. Nos pasamos la vida consumiendo cosas. Compramos objetos para nuestro disfrute personal continuamente. Tenemos una variedad impresionante de opciones a nuestro alrededor. Estamos acostumbrados a poseer todo aquello que nos guste y nos apetezca. Cualquier objeto puede ser nuestro si damos dinero a cambio: un boli, un ordenador, una manzana, un martillo, una casa, algo de ropa. Nuestra sociedad es una sociedad de consumo.
Es tal nuestra capacidad de consumición, las facilidades que hay para ello que hasta las personas se pueden poseer. Los objetos se venden y se compran, y nosotros también. La prostitución es la prueba más exagerada y visibilizada de ello: vendemos nuestro cuerpo por dinero, y el comprador paga para disfrutarnos. Pero no es la única. En el capitalismo se convierte al obrero en un mero objeto en manos del patrón: durante 8 horas al día, vende su fuerza de trabajo por un salario mínimo para enriquecer a su jefe. Se ha convertido en la propiedad de otra persona: se le paga para que el patrón disfrute del beneficio que genera el producto.
Desde pequeños nos enseñan el significado de «mío» y «tuyo». Mis juguetes son míos, solo yo los puedo coger, romper y usar; y si los comparto te estoy haciendo un favor, porque realmente cuando me vaya se irán a casa conmigo.
Esta educación, este ansia de poseer, de ser propietarios de todo aquello que nos rodea influye también en las relaciones interpersonales, sobre todo en las amorosas, las de pareja. Crecemos creyendo que nuestra meta en la vida es la de encontrar el amor, la de estar acompañados durante toda nuestra existencia. Morir solos es un fracaso. La soltería es un fracaso. Debemos enamorarnos como seres sociales que somos.
Cuando encontramos ese amor, necesitamos tener la seguridad de que será para siempre, de que nuestra relación es perfecta y durará toda la vida. Convertimos el afecto que nos profesan en una propiedad y lo extendemos hasta la persona dueña de él. Esa persona es mía, de mi propiedad, porque es mi pareja y me ama. Si alguien siente atracción por mi pareja, surgen celos y reacciono contra ello. Si tengo que compartir a mi pareja con amigos suyos, surgen celos. Si alguien pone en peligro el control que tengo sobre los sentimientos de mi pareja, surgen celos.
En un mundo machista, donde la sociedad cosifica el cuerpo, las ideas y las acciones de la mujer, esta se convierte en prisionera de sus propios sentimientos. En un mundo machista, donde la sociedad da todo el poder al hombre y las herramientas necesarias para ejercerlo, este se convierte en el carcelero de sentimientos. En un mundo machista, donde los celos son la demostración más bonita del sentimiento amoroso, cualquier violencia ejercida por ellos es un «crimen pasional». En mundo machista, donde ambas partes de la pareja tienen arraigada profundamente la idea monógama del amor, el hombre ejerce el poder y la mujer agacha la cabeza, porque así funcionan las cosas.
Desde el momento en el que nos enamoramos, somos propiedad de alguien, le debemos exclusividad amorosa y sexual. Le debemos todos nuestros pensamientos, nuestras ilusiones y nuestros planes de futuro. Por amor, le debemos la vida a nuestra pareja. Y hay hombres que creen de verdad que les pertenecemos, porque las mujeres estamos cosificadas. Y, a veces, nosotras les creemos. Y, por ello, dejamos que nos controle, que nos diga cómo vestir, cómo actuar, qué redes sociales usar, cuándo y con quién salir de fiesta. Por ello, dejamos de lado nuestro trabajo para cuidar la casa, le cosemos la ropa y hacemos la comida. Por ello, cuando hacemos algo que no les gusta o que le enfurece, nos levanta la mano y nosotras nos dejamos maltratar, porque sin él no somos nada, porque somos suyas. Por ello, cuando tratamos de huir de él, nos asesina, porque, si no somos suyas, no seremos de nadie.
Pero la cosificación de la mujer y la violencia de género hacia ella surgida de la idea de propiedad y consumo no finalizan ahí. Entendemos como consumo el adquirir algo y usarlo para luego abandonarlo. Cuando consideramos que un objeto es de usar y tirar, entonces no tiene sentido alguno cuidarlo. Si compras un martillo en un chollo y se te rompe al primer golpe, seguramente lo tirarás, porque estabas seguro de que no te iba a durar mucho y, además, era de mala calidad. Sin embargo, si pensaras que es un martillo bueno, que te va a durar muchos años, lo cuidarías, tratarías de arreglarlo o irías a la tienda a buscar una solución.
Con las personas actuamos igual. En las relaciones que consideramos que no serán duraderas no nos preocupamos por los sentimientos ni por el cuidado de la otra persona. No consideramos de igual calidad un rollo esporádico que una pareja para toda la vida. La cosificación de la mujer conlleva que todo hombre pueda pensar que su cuerpo le pertenece por el simple hecho de ser un cuerpo femenino, de tal manera que puede aspirar a poseerlo. Por eso, una falda corta, un escote o el aceptarle una copa de fiesta pueden suponer una provocación para el hombre que, teniendo el poder y las herramientas para usarlo, se puede encaprichar de poseer ese cuerpo. Y, para ello, se pueden llegar a extremos que pasan desde el acoso hasta la violación. Porque en una relación de pareja, se considera que el cuerpo ya es propiedad suya y lo que hay que encadenar es el afecto. Pero en situaciones sin afecto, el cuerpo vuelve a convertirse en algo de usar y tirar sin importar los sentimientos de la persona a la que pertenezca.
Y es que el machismo existía desde antes que el capitalismo y su sociedad consumista, pero este ha sabido muy bien aprovecharse del patriarcado y del poder ejercido por el varón.





viernes, 20 de noviembre de 2015

Curso de iniciación


Curso de iniciación
Desde la delegación de letras se ha organizado una charla-cursillo de iniciación para aquellos estudiantes que acaban de llegar a la universidad o estudiantes que tengan dudas sobre el funcionamiento de las diferentes aplicaciones y servicios que la universidad ofrece como Campus virtual, funcionamiento de la biblioteca y sus servicios, vincular el correo de la universidad a tu cuenta personal entre otros temas de relevancia. Totalmente gratuito.
Os esperamos este Lunes 23 de Noviembre en la facultad de letras en el aula F06 a las 17:30 H.

Delegación de estudiantes de la facultad de letras de Ciudad Real


miércoles, 18 de noviembre de 2015

Trabajar para estudiar para trabajar

Por Sergio Espinosa Monteagudo

Los estudios universitarios suponen una actividad prácticamente esencial para la sociedad de hoy día, que busca la estabilidad y la certidumbre que un trabajo cualificado le proporciona. Los avances económicos, políticos, sociales y culturales han permitido un progresivo y fácil acceso a todos los segmentos de la población, generando con ello una enorme competitividad laboral posterior, tanto local como global. Sin embargo, el acceso a estudios universitarios se ha tornado, en los últimos tiempos, en una tarea más complicada que antaño para los jóvenes de clases medias y bajas de la sociedad. Un paradigma social, expectativas personales, cuestiones familiares, una coyuntura económica desfavorable y medidas político-administrativas desacertadas serán los factores que determinarán y obligarán a estos jóvenes a tomar decisiones y hacer frente a sus respectivas consecuencias: estudiar para trabajar, trabajar para estudiar.
Desde nuestro nacimiento, poseemos una disposición genética o innata que, durante las distintas etapas de nuestra vida, nos predisponen a seguir un camino marcado, de forma que predestinan nuestro comportamiento hasta nuestra muerte. Pensadlo; todos admitimos una concepción inconsciente de ideas tan primarias como estudiar, adquirir un trabajo, encontrar una pareja, formar una familia… Parece que nadie nos enseña estas cosas, son algo natural e inherente a la vida de una persona: es lo que se supone que todos debemos hacer. A esta predisposición contribuyen la sociedad –la televisión, internet, las revistas y la radio nos enseñan lo que podemos ser- y la actitud de la familia, sobre todo cuando somos pequeños: “hijo mío, podrás hacer lo que te propongas, podrás ser lo que quieras ser”. Nuestro joven y entusiasmado espíritu, alentado por tan soberbias palabras y embaucado por la perspectiva de todo un futuro por delante, se dispondrá a conquistar el mundo que conoce perfectamente (!). En definitiva,  hemos (nos han) creado unas expectativas que guiarán nuestro porvenir. Entre ellas, estudiar.
¿Por qué debemos estudiar? Ya se ha mencionado: estudiar es un medio para un fin. Si queremos formar una familia, buscaremos pareja; si queremos pareja, conoceremos gente; si queremos mantener a esa familia, trabajaremos, y en un mundo tan incierto, difícil y competitivo como el actual, solo una buena formación nos posibilitará el acceso a esa estabilidad y la solidez que un empleo cualificado otorga. Estudiar para trabajar. Así pues, la universidad se presenta en los últimos tiempos como un medio necesario para todo individuo. Sin embargo, en España como en muchos otros países, la educación superior no es gratuita, por lo que llegamos a otro punto de inflexión: si queremos estudiar, necesitamos dinero. Espera, ¿estudiar no era un medio?
¿Cómo conseguimos ese dinero? Por regla general, el paradigma social estipula que la familia, en esencia los padres, deben ser la respuesta a esta cuestión. Sin embargo, desde 2008, una durísima crisis financiera azota cruelmente al mundo. El sector político ha ido perdiendo el rédito progresivamente, dada la ineficacia de medidas contraproducentes que los desbordados gobiernos han tomado, y que, lejos de solucionar la situación, la han empeorado. Por ello, millones de familias de clases medias y bajas han sido condenadas al desempleo, a la incertidumbre y a la precariedad; a no poder pagar una educación a sus hijos. El retoño de turno deberá, pues, buscarse una actividad remunerada económicamente si quiere obtener un título universitario (cuyas desmesuradas tasas representan otra consecuencia de las geniales medidas de los gobiernos): deberá buscar un trabajo. Trabajar para estudiar.
Los empleos disponibles para la juventud distan de ser apasionantes, más si tenemos en cuenta factores, aparte de la mencionada crisis, como la inexperiencia o la región en la que se vive. Siempre se puede recurrir al talento personal; vendiendo material artístico, dando clases particulares o cuidando críos (eso sí, sin inculcarles la misma libertad que nos ofrecían nuestros padres); pero sin destrezas ni formación previa y sin contactos familiares, el joven recurrirá a empleos sencillos, vacuos, y, frecuentemente, aburridos: los del sector servicios.
El muchacho ha encontrado trabajo; a partir de ahora todo irá sobre ruedas. Error. Trabajar durante la adolescencia -o recientemente abandonada- y hacerlo mientras se estudia acarrea una serie de inconvenientes para nada atractivos. El ajuste de horarios es esencial; la actividad laboral no debe coincidir con la educativa y el joven tendrá que adaptar su tiempo a cumplir con ambas obligaciones (¿obligaciones?). Esto conduce, a menudo, a un problema posterior: la falta de sueño. Podrán reconocer todos ustedes que la actitud de una persona que no duerme lo suficiente puede ser irritante, lo que a menudo nos lleva a una sensibilidad sobrecogedora: las disputas familiares, con compañeros de trabajo y con amigos están garantizadas.Como vemos, una serie de problemas que se alimentan los unos a los otros, cual formidable trama de película. El esfuerzo de compaginar la vida laboral con la educativa puede llegar a tener un efecto contraproducente.
Pero, qué demonios, las consecuencias de compatibilizar un trabajo y los estudios no son solo negativas, ni mucho menos. Desempeñar con eficacia ambas actividades requiere un sacrificio que a buen seguro enriquecerá la personalidad y la actitud del individuo hacia la vida. Le hará ver la realidad de otra manera, comprenderá que nadie le va a regalar nada y que el esfuerzo es la clave de todo. Gracias a ello, madurará, crecerá y obtendrá conocimiento. El camino no será fácil, habrá imprevistos, sí, pero el sujeto encarará estos problemas, las tensiones, las disputas, de forma positiva y con un talante firme y resistente. Las personas le mirarán con respeto, y esta visión servirá de ejemplo para la sociedad entera. Existirán personas que tal vez no compartan este grado de sacrificio y lo tachen de sufrimiento, pero desde luego no podrán negarlo. El individuo, en definitiva, será más sabio.
Puede que la ilusión, el optimismo y el positivismo inicial de la vida se vayan tornando, conforme crecemos, en decepción, pesimismo y, finalmente, en impotencia y resignación. La sociedad nos predispone a soñar con una vida pletórica, pero la realidad es cruel e implacable, y poco a poco nos damos cuenta; de nosotros depende la actitud con la que afrontarla. Tomamos medidas y decisiones en función de lo que conocemos e ignoramos, de lo que queremos y lo que no. La vida va de eso. Puede que los caminos estén predispuestos, sí, y que sean buenos o malos, pero somos nosotros quienes elegimos cuál tomar. ¿Trabajar? ¿Estudiar? ¿Trabajar y estudiar? Ya lo dijo Sartre, incluso cuando no elegimos, ya estamos eligiendo.




miércoles, 11 de noviembre de 2015

Tiempo y tiempos

Por: Alejandro Sánchez Capuchino

Los estudiantes de historia no paramos de hablar y escuchar de la importancia del tiempo. Ese tiempo al que están sujetos todos y cada uno de los acontecimientos protagonizados o no por el ser humano. Pero, ¿es el único tiempo que hay? Por supuesto que no. El tiempo al que he hecho mención es al denominado “tiempo histórico” y como tal ha de ser la columna vertebral de ese proceso evolutivo protagonizado por las masas al que llamamos Historia. Dicho esto, el tiempo es concebido como un tiempo social, iniciado con la aparición de los primeros hallazgos del origen de la humanidad. Aunque seremos egoístas al pensar que antes de esta aparición no existía el tiempo. He ahí un límite temporal en el tiempo histórico. No todo es tiempo histórico, sino que el tiempo es el que es; desde el momento de la creación de la materia, hasta nuestros días. Aunque esta afirmación necesita una reformulación constante a cada milésima de segundo. Pues las primeras líneas de este artículo ya forman parte de un pasado, incluso estas mismas palabras que lees ahora formarán o forman parte del pasado, aunque hace tan solo unos segundos formaban parte de un futuro… Menuda paradoja.
Volviendo a la materia que me interesa, la Historia es un proceso cambiante sujeto al espacio y al tiempo. Un tiempo que carece de dueño, que no está sometido a la división temporal que realizamos los historiadores, ni tampoco está sometido a las fechas, más o menos exactas, que manejamos. ¿Cómo que el tiempo no está sometido? Nosotros manejamos fechas concretas como el 1085, 1212, 1478, etc., pero estas fechas pueden variar. El tiempo cronológico tal y como lo conocemos a día de hoy, puede que no sea el que es. Es posible que no estemos viviendo en el 2015, pues en el año 533 un monje, Dionisio el “exiguo”, calculó erróneamente la fecha del nacimiento de Cristo, equivocándose en unos cuatro años aproximadamente, y afirmando que su nacimiento habría tenido lugar en el año 753 ad urbe condita. Incluso puede que no vivamos ni en el mismo día, ni el mismo mes que creemos. ¿Cómo puede ser esto posible? Básicamente por la reforma que llevó a cabo el papa Gregorio XIII en el siglo XVI. A pesar de que la reforma aborda otros temas de interés, me centraré en la reforma del Calendario Juliano y en la creación del actual Calendario Gregoriano. Lo que más llama la atención de esta reforma es la eliminación de diez días completos del tiempo histórico; del jueves 4 de octubre de 1582 se pasaría al viernes 15 de octubre de 1582 (tal y como queda recogido en la bula Inter Gravissimas, promulgada en el año 1582). El Santo Padre llegó a la conclusión, junto con el jesuita Christopher Clavius, de que esta era la mejor medida para solucionar el problema que planteaba el Calendario Juliano, pues este tenía unos minutos más que el año solar. Esta acumulación de minutos a lo largo de los años provocaría un adelanto de diez días del equinoccio de primavera.
Ya se ha visto cómo el tiempo histórico, al igual que la agricultura y la ganadería, ha sufrido una domesticación, respetando el concepto ya usado por Gordon Childe. El tiempo se puede corregir mediante las cronologías, incluso se puede dividir en periodos (con límites todos ellos discutibles), pero en definitiva el tiempo es el que es. Nadie puede cambiar el tiempo. El pasado ha quedado atrás y sigue y seguirá aumentando sus fronteras, a medida que el futuro va perdiendo terreno, mientras que el presente no es más que esa fina línea que limita las fronteras del pasado y el futuro. He insisto, la historia es un proceso social cambiante que está en manos del tiempo. El tiempo no está en manos de la sociedad, porque una cosa es que el tiempo nos haga cambiar a nosotros como humanos y otra sería que el tiempo fuese cambiado por nosotros, los humanos.


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