Los estudios
universitarios suponen una actividad prácticamente esencial para la sociedad de
hoy día, que busca la estabilidad y la certidumbre que un trabajo cualificado
le proporciona. Los avances económicos, políticos, sociales y culturales han
permitido un progresivo y fácil acceso a todos los segmentos de la población,
generando con ello una enorme competitividad laboral posterior, tanto local
como global. Sin embargo, el acceso a estudios universitarios se ha tornado, en
los últimos tiempos, en una tarea más complicada que antaño para los jóvenes de
clases medias y bajas de la sociedad. Un paradigma social, expectativas
personales, cuestiones familiares, una coyuntura económica desfavorable y medidas
político-administrativas desacertadas serán los factores que determinarán y
obligarán a estos jóvenes a tomar decisiones y hacer frente a sus respectivas
consecuencias: estudiar para trabajar, trabajar para estudiar.
Desde nuestro nacimiento, poseemos una disposición genética o innata que, durante las distintas etapas de nuestra vida, nos predisponen a seguir un camino marcado, de forma que predestinan nuestro comportamiento hasta nuestra muerte. Pensadlo; todos admitimos una concepción inconsciente de ideas tan primarias como estudiar, adquirir un trabajo, encontrar una pareja, formar una familia… Parece que nadie nos enseña estas cosas, son algo natural e inherente a la vida de una persona: es lo que se supone que todos debemos hacer. A esta predisposición contribuyen la sociedad –la televisión, internet, las revistas y la radio nos enseñan lo que podemos ser- y la actitud de la familia, sobre todo cuando somos pequeños: “hijo mío, podrás hacer lo que te propongas, podrás ser lo que quieras ser”. Nuestro joven y entusiasmado espíritu, alentado por tan soberbias palabras y embaucado por la perspectiva de todo un futuro por delante, se dispondrá a conquistar el mundo que conoce perfectamente (!). En definitiva, hemos (nos han) creado unas expectativas que guiarán nuestro porvenir. Entre ellas, estudiar.
Desde nuestro nacimiento, poseemos una disposición genética o innata que, durante las distintas etapas de nuestra vida, nos predisponen a seguir un camino marcado, de forma que predestinan nuestro comportamiento hasta nuestra muerte. Pensadlo; todos admitimos una concepción inconsciente de ideas tan primarias como estudiar, adquirir un trabajo, encontrar una pareja, formar una familia… Parece que nadie nos enseña estas cosas, son algo natural e inherente a la vida de una persona: es lo que se supone que todos debemos hacer. A esta predisposición contribuyen la sociedad –la televisión, internet, las revistas y la radio nos enseñan lo que podemos ser- y la actitud de la familia, sobre todo cuando somos pequeños: “hijo mío, podrás hacer lo que te propongas, podrás ser lo que quieras ser”. Nuestro joven y entusiasmado espíritu, alentado por tan soberbias palabras y embaucado por la perspectiva de todo un futuro por delante, se dispondrá a conquistar el mundo que conoce perfectamente (!). En definitiva, hemos (nos han) creado unas expectativas que guiarán nuestro porvenir. Entre ellas, estudiar.
¿Por qué debemos
estudiar? Ya se ha mencionado: estudiar es un medio para un fin. Si queremos
formar una familia, buscaremos pareja; si queremos pareja, conoceremos gente;
si queremos mantener a esa familia, trabajaremos, y en un mundo tan incierto,
difícil y competitivo como el actual, solo una buena formación nos posibilitará
el acceso a esa estabilidad y la solidez que un empleo cualificado otorga. Estudiar
para trabajar. Así pues, la universidad se presenta en los últimos tiempos como
un medio necesario para todo individuo. Sin embargo, en España como en muchos
otros países, la educación superior no es gratuita, por lo que llegamos a otro
punto de inflexión: si queremos estudiar, necesitamos dinero. Espera, ¿estudiar
no era un medio?
¿Cómo
conseguimos ese dinero? Por regla general, el paradigma social estipula que la
familia, en esencia los padres, deben ser la respuesta a esta cuestión. Sin
embargo, desde 2008, una durísima crisis financiera azota cruelmente al mundo. El
sector político ha ido perdiendo el rédito progresivamente, dada la ineficacia
de medidas contraproducentes que los desbordados gobiernos han tomado, y que,
lejos de solucionar la situación, la han empeorado. Por ello, millones de familias
de clases medias y bajas han sido condenadas al desempleo, a la incertidumbre y
a la precariedad; a no poder pagar una educación a sus hijos. El retoño de
turno deberá, pues, buscarse una actividad remunerada económicamente si quiere
obtener un título universitario (cuyas desmesuradas tasas representan otra
consecuencia de las geniales medidas de los gobiernos): deberá buscar un
trabajo. Trabajar para estudiar.
Los empleos
disponibles para la juventud distan de ser apasionantes, más si tenemos en
cuenta factores, aparte de la mencionada crisis, como la inexperiencia o la
región en la que se vive. Siempre se puede recurrir al talento personal;
vendiendo material artístico, dando clases particulares o cuidando críos (eso
sí, sin inculcarles la misma libertad que nos ofrecían nuestros padres); pero
sin destrezas ni formación previa y sin contactos familiares, el joven
recurrirá a empleos sencillos, vacuos, y, frecuentemente, aburridos: los del
sector servicios.
El muchacho ha
encontrado trabajo; a partir de ahora todo irá sobre ruedas. Error. Trabajar
durante la adolescencia -o recientemente abandonada- y hacerlo mientras se estudia acarrea una serie de
inconvenientes para nada atractivos. El ajuste de horarios es esencial; la
actividad laboral no debe coincidir con la educativa y el joven tendrá que
adaptar su tiempo a cumplir con ambas obligaciones (¿obligaciones?). Esto
conduce, a menudo, a un problema posterior: la falta de sueño. Podrán reconocer
todos ustedes que la actitud de una persona que no duerme lo suficiente puede
ser irritante, lo que a menudo nos lleva a una sensibilidad sobrecogedora: las
disputas familiares, con compañeros de trabajo y con amigos están garantizadas.Como vemos, una
serie de problemas que se alimentan los unos a los otros, cual formidable trama
de película. El esfuerzo de compaginar la vida laboral con la educativa puede
llegar a tener un efecto contraproducente.
Pero, qué
demonios, las consecuencias de compatibilizar un trabajo y los estudios no son
solo negativas, ni mucho menos. Desempeñar con eficacia ambas actividades
requiere un sacrificio que a buen seguro enriquecerá la personalidad y la
actitud del individuo hacia la vida. Le hará ver la realidad de otra manera,
comprenderá que nadie le va a regalar nada y que el esfuerzo es la clave de
todo. Gracias a ello, madurará, crecerá y obtendrá conocimiento. El camino no
será fácil, habrá imprevistos, sí, pero el sujeto encarará estos problemas, las
tensiones, las disputas, de forma positiva y con un talante firme y resistente.
Las personas le mirarán con respeto, y esta visión servirá de ejemplo para la
sociedad entera. Existirán personas que tal vez no compartan este grado de
sacrificio y lo tachen de sufrimiento, pero desde luego no podrán negarlo. El
individuo, en definitiva, será más sabio.
Puede que la ilusión, el optimismo y el positivismo inicial de la vida se vayan tornando, conforme crecemos, en decepción, pesimismo y, finalmente, en impotencia y resignación. La sociedad nos predispone a soñar con una vida pletórica, pero la realidad es cruel e implacable, y poco a poco nos damos cuenta; de nosotros depende la actitud con la que afrontarla. Tomamos medidas y decisiones en función de lo que conocemos e ignoramos, de lo que queremos y lo que no. La vida va de eso. Puede que los caminos estén predispuestos, sí, y que sean buenos o malos, pero somos nosotros quienes elegimos cuál tomar. ¿Trabajar? ¿Estudiar? ¿Trabajar y estudiar? Ya lo dijo Sartre, incluso cuando no elegimos, ya estamos eligiendo.
Puede que la ilusión, el optimismo y el positivismo inicial de la vida se vayan tornando, conforme crecemos, en decepción, pesimismo y, finalmente, en impotencia y resignación. La sociedad nos predispone a soñar con una vida pletórica, pero la realidad es cruel e implacable, y poco a poco nos damos cuenta; de nosotros depende la actitud con la que afrontarla. Tomamos medidas y decisiones en función de lo que conocemos e ignoramos, de lo que queremos y lo que no. La vida va de eso. Puede que los caminos estén predispuestos, sí, y que sean buenos o malos, pero somos nosotros quienes elegimos cuál tomar. ¿Trabajar? ¿Estudiar? ¿Trabajar y estudiar? Ya lo dijo Sartre, incluso cuando no elegimos, ya estamos eligiendo.
No olvides que estudiar no solo nos lleva a un fin como puede ser trabajar, formar una familia, comprar una casa y tener un perro en el jardín y otra serie de valores apriorísticos. Estudiar, sobre todo, nos ayuda a pensar y nos posibilita SER LIBRES. Quien no conoce su historia –y aquí englobo la historia, el arte, la geografía, las lenguas, la filosofía, la antropología y todo tipo de ciencias y socilogías- está condenado a repetirla.
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