miércoles, 11 de noviembre de 2015

Tiempo y tiempos

Por: Alejandro Sánchez Capuchino

Los estudiantes de historia no paramos de hablar y escuchar de la importancia del tiempo. Ese tiempo al que están sujetos todos y cada uno de los acontecimientos protagonizados o no por el ser humano. Pero, ¿es el único tiempo que hay? Por supuesto que no. El tiempo al que he hecho mención es al denominado “tiempo histórico” y como tal ha de ser la columna vertebral de ese proceso evolutivo protagonizado por las masas al que llamamos Historia. Dicho esto, el tiempo es concebido como un tiempo social, iniciado con la aparición de los primeros hallazgos del origen de la humanidad. Aunque seremos egoístas al pensar que antes de esta aparición no existía el tiempo. He ahí un límite temporal en el tiempo histórico. No todo es tiempo histórico, sino que el tiempo es el que es; desde el momento de la creación de la materia, hasta nuestros días. Aunque esta afirmación necesita una reformulación constante a cada milésima de segundo. Pues las primeras líneas de este artículo ya forman parte de un pasado, incluso estas mismas palabras que lees ahora formarán o forman parte del pasado, aunque hace tan solo unos segundos formaban parte de un futuro… Menuda paradoja.
Volviendo a la materia que me interesa, la Historia es un proceso cambiante sujeto al espacio y al tiempo. Un tiempo que carece de dueño, que no está sometido a la división temporal que realizamos los historiadores, ni tampoco está sometido a las fechas, más o menos exactas, que manejamos. ¿Cómo que el tiempo no está sometido? Nosotros manejamos fechas concretas como el 1085, 1212, 1478, etc., pero estas fechas pueden variar. El tiempo cronológico tal y como lo conocemos a día de hoy, puede que no sea el que es. Es posible que no estemos viviendo en el 2015, pues en el año 533 un monje, Dionisio el “exiguo”, calculó erróneamente la fecha del nacimiento de Cristo, equivocándose en unos cuatro años aproximadamente, y afirmando que su nacimiento habría tenido lugar en el año 753 ad urbe condita. Incluso puede que no vivamos ni en el mismo día, ni el mismo mes que creemos. ¿Cómo puede ser esto posible? Básicamente por la reforma que llevó a cabo el papa Gregorio XIII en el siglo XVI. A pesar de que la reforma aborda otros temas de interés, me centraré en la reforma del Calendario Juliano y en la creación del actual Calendario Gregoriano. Lo que más llama la atención de esta reforma es la eliminación de diez días completos del tiempo histórico; del jueves 4 de octubre de 1582 se pasaría al viernes 15 de octubre de 1582 (tal y como queda recogido en la bula Inter Gravissimas, promulgada en el año 1582). El Santo Padre llegó a la conclusión, junto con el jesuita Christopher Clavius, de que esta era la mejor medida para solucionar el problema que planteaba el Calendario Juliano, pues este tenía unos minutos más que el año solar. Esta acumulación de minutos a lo largo de los años provocaría un adelanto de diez días del equinoccio de primavera.
Ya se ha visto cómo el tiempo histórico, al igual que la agricultura y la ganadería, ha sufrido una domesticación, respetando el concepto ya usado por Gordon Childe. El tiempo se puede corregir mediante las cronologías, incluso se puede dividir en periodos (con límites todos ellos discutibles), pero en definitiva el tiempo es el que es. Nadie puede cambiar el tiempo. El pasado ha quedado atrás y sigue y seguirá aumentando sus fronteras, a medida que el futuro va perdiendo terreno, mientras que el presente no es más que esa fina línea que limita las fronteras del pasado y el futuro. He insisto, la historia es un proceso social cambiante que está en manos del tiempo. El tiempo no está en manos de la sociedad, porque una cosa es que el tiempo nos haga cambiar a nosotros como humanos y otra sería que el tiempo fuese cambiado por nosotros, los humanos.


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