martes, 7 de abril de 2015

¿Merecen los malvados ser felices?

Uno de los fenómenos culturales más en boga en estos años es la revisión de los cuentos tradicionales: desde la actualmente en cines Cenicienta, pasando por Maléfica, a la serie Once Upon a Time, todas han vuelto a reinterpretar, no ya los cuentos tradicionales, sino su versión Disney, que es la hegemónica y la que todos conocemos. La pregunta obligada es: ¿se trata de simple parálisis creativa de la industria audiovisual o de una manifestación de un estado de ánimo colectivo? Es decir, ¿aportan alguna novedad que nos ayuda a interpretar nuestro contexto vital? Yo creo que sí. Y aquí va la explicación: la novedad de las refundiciones de los cuentos tradicionales es que han variado en su perspectiva sobre los villanos. De ser simples personajes planos, destinados a cumplir una función de antagonista (papel que todavía cumplen en la mayoría de las películas “de superhéroes”) de un héroe que encarnaba todas las virtudes socialmente estimadas, ahora se presentan psicológicamente caracterizados y sus acciones no responden a una maldad absoluta, sino que hay razones tras ellas, razones con las que podemos incluso empatizar. Piénsese en Maléfica o en Regina. Es decir, se ha acabado con una de las principales rémoras de la mala literatura: el maniqueísmo. Esto no es sino una adaptación de los cuentos a un contexto democrático, como lo es el occidental. En el interior de nuestras sociedades no existen buenos absolutos ni malvados completamente irracionales, sino toda una escala de grises en la que los mismos espectadores están incluidos. No existe nadie totalmente bueno ni malo, sino opiniones diversas que deben ser confrontadas y sometidas a debate y votación. Y esta idea traspasa los límites de la teoría política para impregnar también nuestras manifestaciones culturales.

Ahora bien, ¿existe algún otro motivo por el que hayamos transformado tan radicalmente los cuentos? Antes de la actual crisis económica, Occidente parecía estar viviendo su propio cuento de hadas, destinado inequívocamente a la felicidad. El progreso era imparable, y nosotros los héroes viviendo su final feliz. El fin de la “historia”, tanto en su sentido literario como socio-económico-político. Pero entonces ese final feliz se quebró en pedazos y nos dimos cuenta de que no se nos daría, sino que tendríamos que pelear por él. Y aquí es donde esta idea se imbrica con la anterior: si queremos nuestro happy ending, pero las fronteras entre héroes y villanos son difusas, tendremos que darles las mismas oportunidades a los dos. Porque, ¿quién de nosotros no quiere ser feliz y al tiempo darle una manzana envenenada a nuestro peor enemigo?
 
José Corrales Díaz-Pavón

1 comentario:

  1. Se ahonda mucho en esta dualidad héroe-villano que comentas en la pelicula Watchmen. Gran película, mejor banda sonora, increíble comic xD. Buen artículo.

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