jueves, 26 de marzo de 2015

Testimonios en los campos de concentración

El filósofo alemán Theodor Adorno dijo una vez: “escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”. Aunque luego matizaría estas palabras, en ellas se refleja bien el dilema que para los supervivientes de los Läger supuso plasmar su experiencia. Visto desde nuestro presente, el dilema nos parece absurdo: esas historias merecen ser contadas. Para los supervivientes no fue tan fácil. Primo Levi, en la obra por antonomasia de testimonio de los campos de concentración, Si esto es un hombre, arrostra estas dudas. El italiano estaba convencido de que la verdadera experiencia de los deportados no podría ser contada jamás, puesto que había desaparecido con los asesinados en las cámaras de gas. Los supervivientes, por el simple hecho de haber sobrevivido al Läger, tenían una experiencia incompleta. Y es precisamente en esta supervivencia donde residen el resto de las reticencias a escribir su testimonio: por un lado, se enfrenta a la incredulidad de la sociedad occidental de la inmediata posguerra, renuente a aceptar que tal barbaridad había ocurrido ante sus ojos, permitida por su pasiva aquiescencia. Por otro, la vergüenza que los supervivientes sentían al exponer públicamente los actos que se habían visto obligados a realizar para vivir un día más, en un ambiente en el que las más elementales normas de civilización habían sido abolidas y solo funcionaba la ley del más fuerte. En la confluencia de estos dos factores se explica por qué el manuscrito original de Si esto es un hombre fuera rechazado por la gran editorial italiana Einaudi en 1946, siendo la censora la esposa de otro preso de los Läger.

Afortunadamente, los hay quienes tuvieron el valor suficiente para enfrentarse de nuevo a todo lo vivido y plasmarlo por escrito. Si esto es un hombre es el ejemplo perfecto, y uno de los libros más impresionantes jamás escritos. Su autor estuvo preso en Monowitz (uno de los complejos que formaban el campo de Auschwitz) entre febrero de 1944 y enero de 1945. Hay más. Tenemos La noche, de Elie Wiesel, quien estuvo preso en Auschwitz y Buchenwald siendo un adolescente. O Viviré con su nombre, morirá con el mío y La escritura o la vida, del español Jorge Semprún, sobre su experiencia en Buchenwald. Y también los diarios escritos por futuros asesinados en los Läger. El más conocido es el de Anna Frank, escrito cuando su autora tenía 15 años, pero no el único: Etty Hillesum, con 27 años, cuenta en el suyo cómo era consciente de lo que le aguardaba en el campo de concentración, y el proceso de aceptación de este destino. Todos ellos experimentaron lo peor que el ser humano puede hacer a sus semejantes. Y el mejor homenaje posible es leer lo que quisieron y pudieron decirnos.

José Corrales Díaz-Pavón

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