martes, 20 de octubre de 2015

Cielo e infierno

¿Por qué razón no titubeamos a la hora de situar a los ángeles en el cielo y a los demonios en el infierno? ¿Por qué no concebimos un ángel sin alas ni un demonio sin cuernos? La bondad siempre ha sido identificada con los ángeles mientras que la maldad lo ha sido con los demonios, sus eternos enemigos. La iconografía surgida a lo largo de la historia ha influido en nuestras vidas de tal manera que ya llevamos impreso en nuestro subconsciente el prototipo de lo angélico y de lo demoniaco. A pesar de que son seres espirituales, identificados con el bien y el mal, siempre han sido representados desde el inicio del cristianismo como seres humanos, con una forma corpórea con la que podamos sentirnos identificados a pesar de que no son perceptibles porque existen en el plano espiritual, no físico. Nadie ha visto nunca ninguno, pero tradicionalmente, nadie ha dudado de su existencia.

La primera aparición, tanto de los ángeles como de los demonios, la encontramos en el Génesis, con una única diferencia: la primera aparición de lo que sería una personificación del mal, podemos situarla dentro del mismo paraíso: la serpiente, que indica la primera incitación al pecado, el paso previo a este, la tentación. Por otro lado, encontramos la primera aparición de los ángeles en la expulsión del Paraíso, acompañando a Adán y Eva fuera de este. De esta situación se pueden deducir dos ideas: ¿Estaba el ser humano ya condenado a pecar desde el primer momento? El árbol del pecado, el fruto prohibido que aparece en el Antiguo Testamento (el cual luego se dedujo que sería una manzana debido a la traducción latina malum, que significa a la vez "mal" y "manzana") fue creado y puesto allí por el mismo creador de dicho Paraíso terrenal: Dios. ¿Quiere decir esto que el ser humano ya tenía oscuridad en sí? ¿Estábamos abocados al pecado y Dios lo sabía? Por otro lado cabe decir que la idea que se refleja en la Biblia sobre los ángeles tampoco es de bondad infinita, es de defensores de Dios, de guerreros que luchan por el bien, ya que en diversas obras se puede observar cómo se cierran las puertas del Paraíso, pero cómo éstas no están fortificadas dado que tienen a varios ángeles protegiéndolas, y con eso basta. Sin embargo la idea arquetípica que nos hemos formado en nuestras cabezas es la de personas jóvenes, asexuadas por lo general, y ante todo, alada. El misterio de las alas puede remontarse a muchas teorías, como por ejemplo que al estar creados de la luz que emana Dios, las alas sean la concepción física de esta; o una explicación más sencilla es el simple hecho de la añoranza que el ser humano ha tenido siempre por volar, por lo que al ser los ángeles los intermediarios entre Dios y los humanos, debieran estar dotados con alas para poder llegar hasta el Altísimo.

La concepción cristiana del Infierno deriva de la idea del Hades griego y del Sheol judaico: un lugar para almas castigadas y atormentadas, cuya primera descripción aparece en el Apocalipsis de San Juan, quien ya nombra a Satanás y tras lo cual, en el siglo X, aparecen las primeras imágenes de un Infierno dominado por Lucifer, con miles de demonios menores a su cargo. Es en este siglo cuando se subdivide el Infierno en nueve círculos, paralelos a los nueve coros angélicos; cada círculo tendría un castigo peor, por lo que la crueldad de los demonios que se hallan en cada uno, aumentaría. Dante se inspira en esta subdivisión a la hora de escribir su mundialmente conocida obra La Divina Comedia, y en concreto el libro Inferno. Un ejemplo de cómo esta descripción del Infierno caló sobremanera no solo en literatura es Inferno, de Nardo di Cione, en la capilla Strozzi de Santa María Novella. Y fue en ésta época cuando la teología defendió la doctrina de talión, donde los pecados cometidos son equivalentes a las penas aplicadas, quedando así claro que un demonio no era simplemente oscuridad, sino una oscuridad creada a raíz la corrupción de la luz, lo cual llevaba directamente al pecado; así que la iconografía medieval abusó de la imagen de los ángeles y los demonios, usándola sobre todo en iglesias, reflejándola en pinturas y esculturas que impactaban a un pueblo analfabeto para que no les cupiera duda de que seguir la palabra de Dios tenía su recompensa, así como faltar en su cometido, tenía su castigo.

El Paraíso Celestial, por otro lado, es un reflejo de lo que fue el Paraíso Terrenal creado para Adán y Eva, y éste primero está custodiado por ángeles, divididos en jerarquías, siendo las más altas y por lo tanto cercanas a Dios los serafines y los querubines, a pesar de que la mayoría de la gente sitúa a los arcángeles en la esfera más cercana a Dios. La entrada al Paraíso comenzó a reflejarse desde bien temprano como la Jerusalén Celestial de la que se habla en las Sagradas Escrituras.

Fue Santo Tomás de Aquino quien, tras estudiar a Aristóteles y Tolomeo, sintetizó el pensamiento cristiano con las teorías antiguas: añadió al modelo tolomeico-aristotélico una décima esfera celeste, por encima de los cielos que ellos habían estudiado científicamente, un cielo privado de movimiento y cambio: el Empíreo, donde reside Dios custodiado por los ángeles que guardan las almas bondadosas en esferas cercanas al Empíreo. Dante describe este Empíreo en Paraíso, lo cual condicionó sobremanera la iconografía desde entonces: se define como "un Cielo luminoso dividido en categorías". Varios ejemplos de este cielo cuya cumbre es el Empíreo los encontramos en Ascención al Empíreo, de El Bosco (en el cuadro se observa cómo los ángeles acompañan a los elegidos hacia el Cielo) o en La Asunción de la Virgen, de Corregio.

Por lo tanto, aunque los ángeles y los demonios son dos vertientes muy diferenciadas que la iconografía se ha encargado de demostrar que no son conjugables entre sí, cabe decir que solo a Dios se le concede desde siempre la bondad infinita, ni siquiera a los ángeles, ya que hay que destacar, que a aquel al que se le considera señor del Infierno, fue en su día uno de los ángeles más importantes, según Ezequiel el ángel más bello y perfecto que Dios hubiera podido crear: Lucifer, pero éste se rebeló contra Dios, lo que deja ver que todo ser está abocado a la tentación del pecado, por lo que lo que el fiel debe evitar es ser como Lucifer, ya que aunque pueda pecar, no debe darle jamás la espalda al Bien, porque incluso un ángel puede transformarse en un demonio.

Marta Isabel González de la Rubia y Luis Miguel Sarrión Camacho

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