jueves, 15 de octubre de 2015

¿Quién soy yo para juzgar a la Iglesia?

Si tenemos que destacar a la última estrella del rock del panorama mundial ese es sin duda el papa Francisco. Jorge Mario Berglogio se ha rodeado de un aura de santidad producto de la proyección mediática que le proporcionan sus ‘sinceras’ declaraciones y su activa labor política, como el acercamiento entre Cuba y EE.UU. Ha detectado y aprovechado las ganas de cambio que parecen recorrer la cristiandad, en espera del advenimiento de algo como un Concilio Vaticano III que sitúe a la santa Iglesia católica apostólica y romana, si no en el reino de los cielos, sí en el siglo XXI.

Mientras llega ese feliz momento, quizá deberíamos escapar de la fascinación que produce la figura de Francisco y observar al Estado-institución del que es soberano y padre espiritual. Esta misma semana el polaco Krzysztof Charamsa, a la sazón oficial de la Congregación para la Doctrina de la Fe –antes conocido como Tribunal del Santo Oficio, y más antiguamente como la Inquisición–, secretario adjunto de la Comisión Teológica Internacional del Vaticano y profesor en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, salía del armario en compañía de su pareja, un seglar – catalán, por cierto –, la víspera del inicio del Sínodo de las Familias, reunión convocada con objeto de decidir el lugar en la Iglesia de las nuevas formas de familia, como los divorciados vueltos a casar. Como resultado de la confesión (repárese en el verbo que utilizo) de Charamsa, este fue inmediatamente destituido de sus cargos. Este conocedor de la vida vaticana afirmaba que la Congregación para la Doctrina de la Fe es “es el corazón de la homofobia de la Iglesia católica, una homofobia exasperada y paranoica". Vamos a ser justos: se puede explicar su defenestración no en base a su orientación sexual, sino al hecho de que tener una vida sexual activa está prohibido tanto para curas heterosexuales como homosexuales. En manos de cada uno está pensar si se hubiera actuado igual si un prelado heterosexual hubiera declarado su amor por una mujer.

Veamos más casos. Unos meses atrás, el gaditano Álex Salinas se estaba preparando para ser el padrino del bautismo de su sobrino. Sin embargo, la iglesia de San Fernando le negó tal posibilidad debido a que Álex es transexual. En este caso sí que no hay medias tintas. El obispado de Cádiz, ante la duda, preguntó a la Congregación para la Doctrina de la Fe (de nuevo, la Inquisición) sobre la posibilidad de que Álex actuara como padrino. La respuesta fue taxativa: “el mismo comportamiento transexual revela de manera pública una actitud opuesta a la exigencia moral de resolver el propio problema de identidad sexual según la verdad del propio sexo”, por lo que este chico “no posee el requisito de llevar una vida conforme a la fe y al cargo de padrino” debido al simple hecho de haber nacido con el sexo equivocado. El resultado es que Álex ha decidido apostatar, dado que “la Iglesia católica ha demostrado que no me quiere”; mientras que su hermana ha tomado la decisión de no bautizar al niño para educarle en la fe cristiana al margen de la Iglesia católica. Aquí también podría aducirse, por ejemplo, el desconocimiento del propio para del hecho. El mismo pontífice se reunió en enero de este año con un transexual español, en el propio Vaticano para expresarle que tenía un hueco en la Iglesia. Y, sin embargo, un mes después proclamaba que la teoría de género (marco teórico en el que la transexualidad encuentra su amparo) no reconocía el orden natural de la creación y eran una ‘bomba nuclear’ (no, no me lo invento: http://ncronline.org/news/vatican/francis-strongly-criticizes-gender-theory-comparing-nuclear-arms). Voy a proponeros una comparación, claramente capciosa: en los años 80’ el ayatolá Jomeini oyó el desgarrado testimonio de una persona nacida en el sexo equivocado. Como resultado, lanzó una fatua que legaliza el cambio de sexo en Irán, mismo país que condena a muerte a los homosexuales. Aunque no nos engañemos: que sea legal no implica que la sociedad iraní los vea con buenos ojos. Parece que los ayatolás no hacen milagros, aunque pongan más de su parte que los papas católicos.

Volvamos a la rock and roll star. Hace ya casi año y medio el papa Francisco declaraba, en una traducción más o menos literal, que si un gay busca al Señor y tiene buena voluntad él no era nadie para juzgarlo. Parecía estar siguiendo la postura oficial de la Iglesia, cuyo catecismo dice así:

2358 Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición (el subrayado es nuestro) (fuente: http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p3s2c2a6_sp.html )
Traducido al cristiano: si eres gay, y aunque es algo “objetivamente” antinatural, te vamos a aceptar entre nosotros siempre y cuando no folles. Centrémonos en la parte del “respeto, compasión y delicadeza”, y veamos cómo se traduce en la praxis de Francisco. En su reciente gira viaje a EE.UU. el Sumo Pontífice se reunió con Kim Davis. Para aquellos de vosotros que no la conozcáis, os hago una semblanza de su vida: esta señora, funcionaria de un condado del estado de Kentucky, estuvo en prisión por negarse a tramitar certificados de matrimonio entre personas del mismo sexo después de que el Tribunal Supremo de los EE.UU. legalizara el matrimonio igualitario en todo el país. Davis no solo se negaba a tramitarlos ella misma, sino que impidió a todos sus subordinados que lo hicieran. Quizá debería realizar un resumen abstracto para ponderar con justicia la situación: esta empleada pública negaba a sus conciudadanos la posibilidad de hacer efectivo un derecho reconocido por las instituciones democráticas en base a una objeción de conciencia. Objeción que, dicho sea de paso, imponía a todos aquellos jerárquicamente inferiores a ella, estuvieran de acuerdo con las creencias religiosas de Davis o no. En justicia, esta mujer es una criminal. Esta es la semblanza de la mujer honrada con un encuentro personal con el líder de la Iglesia católica. No es la única muestra de que la actitud del pontífice no es, ni de lejos, la del hombre aperturista que parece. Sin ir más lejos, en su homilía del domingo 4 de octubre en la apertura del citado Sínodo de las Familias, afirmaba que “el sueño de Dios es la unión entre un hombre y una mujer”, además de recordar que el matrimonio es indisoluble ante los ojos de Dios.

Cada cual es, pues, libre de juzgar si el papa Francisco será el hombre que reconcilie a la sociedad con la Iglesia católica. Sin embargo, escribiendo este lago texto, una pregunta no paraba de rondarme la cabeza: y, a ti, ¿qué te importa? Parecería que los gays tenemos cierta obsesión con lo que la Iglesia católica piense o deje de pensar con respecto a nosotros. Que necesitamos su aprobación o algo. Los datos parecen desmentir este hecho. En España aproximadamente un 70% de la población se declara católico (independientemente de ser practicante o no), mientras que la aceptación de la homosexualidad ronda el 88%, porcentaje que nos sitúa a la cabeza del mundo en este ámbito y que quizá deberíamos mirar de otra forma para valorar con propiedad lo que significa: un 12% de la población española no la considera una orientación sexual válida. La situación en los países del este de Europa, donde el catolicismo practicante es mucho mayor y, por tanto, también lo es el predicamento de la Iglesia, los datos sobre la valoración positiva de los homosexuales son mucho más bajos. Lo que nos lleva de nuevo a mi pregunta. ¿No podríamos dejar que la Iglesia defienda sus posturas y nosotros las nuestras? Me inclino a pensar que no. No cuando se arroga el derecho a definir lo que es “objetivamente desordenado”, con la implicación de antinaturalidad que esto conlleva. No cuando su doctrina da amparo teórico a todos aquellos que defienden que debemos seguir siendo ciudadanos de segunda clase. No cuando su líder se reúne con alguien para quien mi derecho a la igualdad está por debajo de su derecho a practicar libremente su religión. Respondo a mi pregunta: ¿quién soy yo para juzgar a la Iglesia? Alguien a quien ella ha convertido en su enemigo

José Corrales Díaz-Pavón

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